Prueba Mini Cooper SD Clubman: emoción racional

Valoración

 

 

Prueba y opiniones: Gaby Esono

El Mini Clubman Cooper SD es una rara avis en el segmento de los utilitarios, poco dados a presentar carrocerías familiares, y menos con status de premium como este… ¿pequeño británico?

Sí, hay que ponerlo entre interrogantes, pero no porque sus orígenes sean más alemanes que isleños, que también, sino porque en esta segunda generación el Clubman ha crecido de la misma manera que lo ha hecho el resto de la familia. O más. Luego me pondré a ello.

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Lo cierto es que la gama Mini en general ha sufrido una cura de racionalidad de la que este break es el máximo exponente. Así, por un lado han desaparecido los interesantísimos ejercicios de estilo que eran el Mini Coupé y el Mini Roadster, además del menos agraciado Mini Paceman.

Por el otro, en cambio, sobre la nueva plataforma se han desarrollado las carrocerías que tenían mayor proyección comercial (el Hatch de 3 y 5 puertas, el Mini Cabrio, el Mini Countryman y este Clubman), y se han trabajado para hacerlas más atractivas para un público más amplio –es decir, son más grandes y con mayor habitabilidad-.

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Esto es especialmente cierto en el caso del Mini Clubman, cuyo antecesor tenía un punto entre estiloso y excéntrico que le aportaban sus tres puertas laterales (puedes ver aquí la prueba), y que en esta ocasión se han reemplazado por una configuración más ortodoxa, en aras de una mayor facilidad de uso y de acceso a las plazas traseras.

Solo con eso, el break inglés seguro que ya se ha ganado el cielo para mucha gente que «necesita» un coche como éste, pero a quienes el exceso de personalidad de su antecesor seguramente echaba para atrás. Eso, y una habitabilidad que no cuadraba con su aspecto exterior.

Después de la prueba del Mini Cooper 5 puertas, esperaba pocas sorpresas a los mandos del Mini Cooper SD Clubman. Empezando por su motor, se trata de la derivación diésel más potente del concepto modular de los bloques TwinPower Turbo que Mini (es decir, BMW) viene desarrollando en los últimos tiempos.

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Este cuatro cilindros turbodiésel de 1.995 cc entrega la nada despreciable cifra de 190 CV a 4.000 rpm, además de un par motor de 400 Nm entre 1.750 y 2.500 rpm que, en el caso de la unidad de pruebas, se transmitían a las ruedas delanteras (Mini ofrece también la versión All4 con tracción total) a través de una caja de cambios automática Steptronic de 8 velocidades, novedad en la marca.

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Traducido a sensaciones, la primera impresión es que uno se encuentra con un sorprendente deportivo. El motor empuja con ganas a partir de las 1.500 vueltas y, aunque su condición de diésel no le deja mucho margen más allá de las 4.000 rpm, en carretera abierta la entrega es lo suficientemente llena como para no necesitar mucho más si lo que uno busca es pasárselo bien a ratos sueltos.

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En este caso, además, el cambio automático ayuda lo suyo, sobre todo si uno se toma en serio las levas en el volante, porque a pesar de mantenerse el convertidor de par en lugar de una transmisión de doble embrague, las transiciones, especialmente al subir de marchas, son bastante rápidas.

Esta generación de la familia Mini cuenta, por otra parte, con lo que la marca denomina Mini Driving Modes, disponible según el nivel de equipamiento. Se trata de los modos de conducción que permiten elegir entre una configuración Green (para una marcha más eficiente), Mid y Sport.

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Un mando giratorio en la base de la palanca de cambios sirve para seleccionar el que más se ajuste a nuestro estado de ánimo, modificando la respuesta del acelerador, la dureza de la dirección o la rapidez del cambio de marchas en las versiones equipadas con el Steptronic.

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Es de agradecer que se note claramente la diferencia entre los tres modos. En el Green, de hecho, se activa la función de ‘navegación a vela’, que desacopla la transmisión cuando se suelta el pedal del acelerador para circular solo con la inercia y el motor funciona al ralentí, gastando así el menor combustible posible. Y le viene muy bien, porque este motor no me ha parecido especialmente ahorrador. Los 8,2 l/100 km de media que arrojó durante la prueba son coherentes con los 8,9 l/100 km o los 9,2 l/100 km que gastaron en la prueba del BMW X3 xDrive20d y la prueba del prueba del BMW X4 xDrive20d respectivamente, ambos con la misma combinación mecánica de este Mini Clubman Cooper SD.

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He de reconocer, no obstante, cierta culpa en estos resultados. Cuando cayó en mis manos, en el ordenador de a bordo señalaba un consumo de 6,0 l/100 km en más de 4.700 km realizados, de lo que se deduce que es bastante sensible al tipo de uso que se haga, y yo fui un chico un poco malo.

Por eso sé que del mismo modo que es una delicia acelerar y meterse en carreteras pobladas de curvas, por lo bien que se inscribe en cada giro y lo firmes de sus apoyos en toda circunstancia, por el contrario su equipo de frenos te obliga a racionar la diversión cada -relativamente- pocos kilómetros.

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En términos absolutos se podrían considerar suficientes, con un tacto, mordiente y distancias de detención adecuadas, en un coche que desarrolla unas prestaciones tan brillantes como éste se antojan bastante justos, por su escasa resistencia al trato exigente, que no duro. Una lástima para un conjunto ideal en el resto, dinámicamente hablando.

El Mini Clubman se puede considerar, esta vez sí, un familiar al uso. Con cuatro puertas laterales convencionales, la entrada a las plazas traseras ya no tiene trampa ni cartón y sí, pierde una parte importante de la gracia del anterior, pero gana en todo lo demás, empezando por la habitabilidad trasera.

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Sus 4.253 mm de longitud (casi 30 cm más que el anterior) han permitido que esta generación del familiar británico ofrezca esta vez un espacio bastante generoso. Incluso la cota de anchura permite instalar tres cinturones de seguridad atrás que vale, no son para meter a jugadores de fútbol americano, pero están dentro de lo que se puede esperar de un coche de su tamaño.

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También lo está su maletero, crece hasta los 360 litros de volumen (eran 290 litros antes), contando lo que se puede ocultar bajo el piso, y que aumentan hasta unos versátiles 1.250 litros que se nos aparecen en una superficie diáfana tras la doble puerta posterior (guiño a la memoria de su predecesor, poco práctico pero disculpable).

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Las plazas delanteras, por su parte, se benefician del salto de calidad general dado en un Mini que ya estaba por encima de la media en su segmento. La verdad es que, al tener una personalidad tan marcada, los diseñadores habrán tenido que sudar tinta para mantener el estilo conocido y marcar pese a ello una distancia con el anterior, pero el resultado es satisfactorio.

Ha facilitado las cosas que este Mini cuente con posibilidades de equipamiento que hasta no hace mucho eran coto privado de coches con más metros y kilates por delante y por detrás.

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El práctico head-up display, el mencionado sistema Mini Driving o, por supuesto, los dispositivos de conectividad de última generación que se pueden montar, conforman un panorama muy alentador, de forma que su propietario no solo puede presumir de coche por fuera, sino que además le llevará un rato descubrir la cantidad de utilidades que esconde por dentro.
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El hecho de que la habitabilidad del Mini Cooper SD Clubman haya ganado muchos enteros hace que plantearse su compra como coche familiar no exija tirar únicamente de criterios emocionales. Este break es un coche casi tan práctico como cualquier otro.

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El ‘casi’ se debe a que la doble puerta trasera me generó ciertas dificultades a la hora de cargar el malero que con un portón convencional no habría tenido. Al menos, el mando a distancia de la unidad de pruebas permitía abrir las dos hojas (con una pulsación se abría la derecha y con dos se abría la otra después). También me habría gustado que se hubiera pensado una solución para fijar la bandeja plegable del maletero cuando la sacas para cargarlo a tope.

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Sí me convenció, en cambio, cómo están colocadas las fijaciones ISOFIX para sillitas infantiles. Unas pequeñas tapas que se quedan fijas en el asiento dan acceso rápidamente a los anclajes, y las sillitas se pueden poner y sacar con mucha facilidad. Eso sí, las manecillas para abrir las puertas están muy accesibles para los niños y es necesario usar el seguro infantil.

En su lista de precios, Mini pone el Clubman más accesible por 23.900 €, 1.000 € más si lo quieres diésel. Siendo un precio bastante alto para un coche del segmento B (aunque en cierto modo apunta ya al C, el de los compactos tipo Volkswagen Golf), parece razonable comparado con los 32.000 € que cuesta de serie el Cooper SD, 34.200 € si lo elegimos con el estupendo cambio automático Steptronic (deportivo, dicen, para esta versión).

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A partir de este último precio base, hay que elegir entre uno de los cuatro niveles de acabado disponibles: Salt (150 €), Pepper (600 €), Chili (el de la unidad de esta prueba, 1.550 €) o John Cooper Works Chili (3.900 €).

La versión Chili incluye la regulación en altura del asiento del acompañante, reposabrazos delantero, faros delanteros y antinieblas de LED, llantas de 18 pulgadas con neumáticos runflat, los asientos con tapicería mixta tela/cuero (los del coche de las fotos son de cuero ‘Chester Indigo Blue’, por 1.000 euros), volante multifunción, la llave inteligente, los Mini Driving Modes, entre otros.

A ello hay que añadir la pintura, que salvo un gris metalizado a precio cero, cuesta entre 600 y 900 euros y, a partir de aquí, se ofrecen múltiples posibilidades de personalización exterior e interior.

 

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