Prueba Mini Cooper S Cabrio: presumido y fogoso

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Prueba realizada por Roger Escriche

La versión Cabrio fue la segunda variante de carrocería para el Mini, y por lo menos tuvo la ventaja respecto a su hermano de cinco puertas -el Clubman- que nadie se asombró cuando lo vio circular.

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Lo que en el Clubman puede ser una tímida apelación a la racionalidad, en el Cabrio es un baño de auténticas esencias de la reflotada marca británica: un coche de corte exclusivo y enfocado al dinamismo, con un diseño llamativo, joven y desenfadado.

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¿Qué puede encajar más con la filosofía Mini que un cabrio? Pues quizás lo que queda por llegar, una versión coupé y un roadster biplaza… El hecho es que su configuración y enfoque estético deportivo también tendrían que traducirse de alguna manera en cuestiones de comportamiento, con o sin capota.

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La versión Cooper S Cabrio con motor de 175 CV es la segunda más potente después de la preparación John Cooper Works, con 211 CV a las ruedas delanteras, y se encuentra prácticamente sola en el mercado. Por tamaño, se sitúa en la órbita de un Peugeot 207 CC, aunque la versión más potente del modelo francés se queda en los 150 CV.

El carácter premium del Mini se asocia mucho mejor con modelos como el Audi A3 Cabrio, con un motor de 1.8 litros TFSI de 160 CV como opción, aunque por 4.000 € más con el cambio manual. El Ford Focus Coupé Cabriolet y el Peugeot 308 CC se acercan más al Mini en cuanto a precio, pero en cambio su planteamiento estético y tamaño son muy diferentes.

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Este motor es uno de los ejemplares más destacables que ha dado el fructífero acuerdo entre BMW y PSA. Un cuatro cilindros de 1.6 litros Twin-Scroll Turbo con inyección directa de combustible, culata con doble árbol de levas y distribución de calado variable en las válvulas de admisión (VVT) que entrega 175 CV a 5.500 rpm.

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Todo esto ya le ha supuesto convertirse en uno de los mejores motores del mundoen 2009, pero por si fuera poco -y esto ya no es técnicamente cuantificable – el propulsor nos regala un delicioso sonido del turbo en descargas que nos invita a continuar clavados en el asiento por los kilómetros de los kilómetros, amén. La sensación de poder en aceleraciones y recuperaciones es gratificante.

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Tras haber probado el mismo propulsor en la carrocería Clubman, la diferencia más destacada aparece tras la breve operación de colocar la llave -perdón, el mando- en la ranura correspondiente y arrancar el vehículo. En ese momento aparece por debajo del vehículo un sonido grave y cálido que podremos saborear cada vez que el motor se acerque al ralentí.

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El Mini Cooper S Cabrio cuenta también con algunas medidas del paquete EfficentDynamics de BMW, como la recuperación de energía de frenado, la función Start&Stop y el indicador de cambio de marcha recomendado. La caja de cambios manual de seis velocidades, de recorridos cortos y tacto firme, permite realizar operaciones rápidas y precisas, hasta el punto que desaconseja la impredecible transmisión automática que se frece como opción, que además cuesta 1.627 €.

Los consumos merecen un capítulo aparte en la carrocería Cabrio. Si bien el cuatro cilindros Twin-Scroll Turbo no es un motor excesivamente bebedor, la pobre eficiencia aerodinámica del Mini harán que los 50 litros de gasolina que caben en el depósito nos parezcan pocos si rodamos descapotados a velocidades elevadas. Con la capota plegada, y teniendo en cuenta lo que tenemos en las ruedas delanteras, los consumos son más que razonables.

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Uno siempre puede tener la sensación de que el Mini es un coche caro, y con la carrocería Cabrio todavía más, y es cierto. Pero hay que tener en cuenta que entre las muchas causas de su elevado precio -motor aparte- se encuentran la tecnología empleada en el chasis y las suspensiones, verdaderamente inhabitual en su segmento.

El Mini Cooper S Cabrio es un coche extremadamente divertido en curvas y con un aplomo sobresaliente. Por el bastidor circulan de uno lado a otro los 1.230 kg del vehículo con una soltura, agilidad y efectividad encomiables.

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La estructura de la carrocería ha sido reforzada respecto a la generación anterior -a la vez que se ha reducido el peso total en 10 kg-, algo que contribuye a sentir el tren delantero todavía más asentado en el asfalto incluso a altísimas velocidades, y no olvidemos que el Mini Cooper S Cabrio puede llevar el velocímetro hasta los 220 km/h.

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Las pérdidas de tracción generadas por el gran empuje del motor cuando aceleramos a la salida de las curvas, algo que ya tuvimos ocasión de probar en el Mini Clubman Cooper S, son en el caso del Cabrio algo más adrenalíticas. El peso de ambas versiones es muy similar, pero los 80 mm menos de distancia entre ejes respecto a la carrocería largase traducen en un comportamiento algo más nervioso.

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El tacto de la dirección es simplemente perfecto, como suele ser habitual en los modelos con el sello BMW. El cabrio también cuenta con servodirección electromecánica EPS y un DTC con sistema de diferencial autoblocante controlado electrónicamente, que se activa en la modalidad DSC-off y permite llevar el Mini a sus límites físicos.

También cuenta con una potencia de frenado importante -con discos de 294 mm delante y 259 mm detrás. La unidad de pruebas montaba las llantas opcionales de 17 pulgadas con neumáticos 205/45, aunque los 195/55 R16 que equipa de serie son totalmente suficientes.

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A la posición del conductor poco se le puede reprochar a menos que nuestra altura -o volumen en general- se encuentre bastante por encima de la media. Si no es el caso, nos encontraremos con unos mandos ergonómicos, de tacto gustosamente firme, y en la posición apropiada para volantear a gusto.

Sí que podemos olvidarnos, por el contrario, de colocar dos adultos en las plazas traseras, que cuentan con un espacio escaso para las piernas y son muy estrechas a causa de las formas del compartimento que acoge el mecanismo de la capota plegable. A nivel práctico, las plazas traseras son útiles para ampliar la escasa capacidad de carga del maletero, con lo que el planteamiento del Mini Concept Roadster, que con toda seguridad llegará a la producción como biplaza, tiene todo el sentido del mundo.

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El Mini Cooper S Cabrio cuenta de serie con una capota textil con función de techo corredizo -utilizable sólo hasta una velocidad de 120 km/h-, de forma que disponemos de varias opciones para ver el cielo mientras nos divertimos conduciendo. El contador Always-Open, que se activa cuando descapotamos completamente el habitáculo y se ofrece como opción por 169 €, en realidad no sirve para nada excepto para prever la gravedad de los efectos de una posible insolación, pero es uno más de los muchos detalles que hacen del Mini un coche tan diferente al resto.

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Lo cierto es que el coche invita a conducir con la capota abierta en cualquier época del año, si bien tenemos que tener en cuenta que el Mini jamás será un coche aerodinámicamente eficiente y por lo tanto generará turbulencias a la altura de la cabeza y aumentará palpablemente el consumo. El deflector de viento -opcional por 264 €- que cubre las plazas traseras puede ser de gran ayuda a la hora de reducir el inevitable gasto extra de carburante.

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Ya que el Mini Cooper S Cabrio cuenta con un maletero pequeño -125 litros con la capota abierta y 170 litros con la capota cerrada-, el sistema de carga Easy Load, o lo que es lo mismo, la apertura del portón del maletero en posición de bandeja, facilita bastante el acceso al espacio de carga. Con todo, la versión Cabrio no sale excesivamente penalizada en este aspecto respecto a la versión convencional del modelo, con 160 litros disponibles. Abatiendo los respaldos se obtiene un volumen máximo de 660 litros, que no deja de ser reducido y poco practicable a causa de la presencia del mecanismo de la capota.

En cuanto al conjunto de mandos y dispositivos del Mini, en realidad hay poco que añadir. A unos les encantarán y a otros les parecerán poco claros y funcionales, pero lo cierto es que son parte de un planteamiento estético y de una filosofía que ha tenido un gran éxito comercial. Y además, son divertidos y no es nada difícil adaptarse a ellos. Sobre gustos…

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Algunos coches que a priori parecen situarse dentro de los límites de la lógica pragmática se destapan como auténticos animales del disfrute en cuanto se empieza a rodar con ellos. Esto no pasa con el Mini Cooper S Cabrio, al que se accede ya con malévolasintenciones desde el primer momento.

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El resultado es que las previsiones iniciales no se ven en absoluto defraudadas. Las sensaciones que regala en carretera no abundan. Cuenta con un motor poderoso, un chasis rematadamente bueno y un planteamiento estético verdaderamente diferenteque lo convierten en una opción enfocada a la exclusividad. Y además, es descapotable. Más exclusividad.

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Por todo ello habrá que desembolsar de entrada 28.800 €, impuestos y transporte incluidos. Claro que después nos toparemos con la previsible y extensa lista -de 20 páginas- de opciones, cuyo manejo puede resultar bastante arduo, y por lo tanto mucho más apropiado para el cliente que con toda la ilusión del mundo vaya a comprarse el vehículo y sea consciente de hasta dónde puede llegar.

A modo meramente aproximativo, la unidad de pruebas estaba equipada con las llantas de aleación Black Star Bullet con neumáticos 205/45 R17, por 708 €, el sistema de navegación, por 2.271 €, el bluetooth, por 443 € o el contador Always-Open, por 169 €. La transmisión automática está disponible por 1.627 €. Con estas cifras es relativamente sencillo salir del concesionario con un Mini Cooper S Cabrio de más de 33.000 €…

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Probar una versión cabrio siempre es un poco especial. La deformación profesional obligaría a decir que, en efecto, un centro de gravedad rebajado, un chasis reforzado, o un planteamiento en general más deportivo tienen que acabar haciendo que el conductor se lo pase mejor, pero a veces vale la pena dejarse de monsergas.

Al final uno acaba sintiéndose atrapado cuando nota el viento en la cara, cuando acelera y el sonido que procede del escape le acaricia los oídos, o cuando siente todavía más el asfalto deslizarse por debajo de las ruedas. En realidad eso tienen los descapotables: hacen que todo se sienta un poquito más, y en un momento de la industria del automóvil en el que cada vez hay más intermediarios entre las ruedas y las extremidades del conductor, esto siempre se agradece.

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Un Mini no es, a priori, un gran rutero, esto es evidente. Con todo, el azar colocó frente al morro del Mini de la prueba -unos cuantos centenares de curvas después de recoger el vehículo, todo hay que decirlo- un desplazamiento casi en línea recta de 1.100 km, así de una tacada.

En cuanto el sol empezó a ponerse cariñoso, una breve parada en una estación de servicio bastó para empezar a rodar debajo del cielo, disfrutando enormemente del paisaje, con la mejor compañía posible y ante la atenta mirada de los radares que hay instalados por ahí. Cierto que ver la ajuga del depósito descender en tiempo real (por así decirlo) hizo que la idílica situación durara exactamente dos estaciones de servicio más, pero fue bonito mientras duró, y desde luego el Mini tuvo su buena parte de culpa…

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